miércoles, 4 de enero de 2012

HOLOCAUSTO BLONDI: CAPÍTULO 30

Antes de iniciar el capítulo de hoy, pongo un poco sobre terreno a los posibles lectores. Para ello echenle un vistazo a los siguientes vídeos, si los ven enteros y a pantalla completa pues mejor, sino, simplemente con escuchar un momentito servirá. Muchas gracias por la colaboración
 Sound of Silence.

I want Candy
Y ahora sí, vamos con el capítulo ;)

HISTORIA DE LOS OTROS.
Al tenía nervios de hierro y pulso de cirujano, una cabeza soberbia regida por un coeficiente intelectual vasto e inalcanzable. Y aún así, al encontrar los dos ordenadores portátiles de los soldados en aquella salita improvisada en el interior del trailer su plan se vino abajo: No había manera de contactar con el otro grupo.
Las líneas móviles habían caído, puede que por saturación en el momento del holocausto blondi o puede que por obra y gracia de la devastación rubia... fuera como fuera aquellos dos portátiles eran la clave de todo, pero el destino no les había dejado ni siquiera formar los equipos y mucho menos aclarar los objetivos.
Al había pasado las primeras horas de espera aprovechando el acceso total a los secretos de estado vía conexión presidencial. Muchas cosas interesantes entre ellas una propuesta del presidente de proponer a nivel mundial el unificar la lengua de señas y enseñarla en todas las escuelas en detrimento del inglés, idioma que escogería quién quisiera especializarse en dicha lengua. Estudiando todos una misma lengua de signos cualquier persona con estudios primarios podría entenderse con otros en cualquier parte del mundo y agilizar así el aprendizaje de cualquier lengua en cualquier país ajeno. A Al le maravilló la propuesta a la vez que le hizo preguntarse hasta que punto el presidente era tan inútil como parecía, si todo era alguna especie de papel o si con el tiempo, tras tanto usarlo de marioneta, se había vuelto así tras algún proceso mental subconsciente de defensa. Si te tratan siempre como a un niño, puede que acabes comportándote como tal.
Entre planes de defensa y información reservada accedió también al sistema carcelario y buscó la cárcel donde estaba cumpliendo condena el piloto que les sacaría de allí, por si lo hubieran trasladado. Todo seguía igual.
Luego horas y horas de espera en aquel rincón oscuro, iluminada Al solo por las pantallas de aquellos portátiles observaba su gastada gorra de los Rockets mientras sus nervios iban mermando. Sabía el tiempo que tenía y el plan a seguir en caso de no saber nada de ellos. Cerró el primer portátil y tras escuchar su -clic- la escasa iluminación de aquella sala se vio aún más mermada, reduciéndose a sutiles e inconexos contornos de luz en una severa oscuridad. Al tomó la pantalla del segundo portátil, al bajarla sellaría el destino de sus compañeros, pero el no hacerlo, el esperar más, los condenaría a todos. Así que la cerró hasta oir un “pip”... su mano temblorosa se detuvo: Ese no era el sonido de cierre del portátil.
Bajo sus dedos, una fina linea de luz iluminaba su pecho y su nombre bordado:AL. Más fina incluso que la rendija iluminada que se cuela por debajo de una puerta cerrada, aquella luz era el único vestigio de vida de sus compañeros así que Al abrió rápidamente el portátil. En la mitad de la pantalla había un sobre en el que estaba escrito en letras finas, como escritas en pluma y tinta por un notario de alta clase: “Mensaje entrante”. Ella pulsó rápidamente sobre el sobre y de este salió media hoja blanca, que se desdobló desvelando su contenido. Al se estremeció al leerlo.
“Solo quedo yo, ¿Que tengo que hacer?”

            En la lejanía una franja roja empezaba a apoderarse de manera lenta pero irreversible de la noche. Pintando con su batalla la lejanía de una imposible gama de rojos y azules y sangrando de helado rocío el vasto mundo. Esto acompañado por una música que empezó a sonar en los altavoces de toda la urbanización que parecía presagiar los destinos de aquellos desconocidos que se acababan de internar por sus desoladas y malditas calles. Sembradas estas de casas aún demasiado nuevas para estar abandonadas y silenciosas. Apenas algunas luces en algunos porches osaban combatir la oscuridad que se batía en retirada, y estas eran profanadas por siluetas femeninas que reían desde las ventanas y se se unían a la persecución.
Hola oscuridad mi vieja amiga, he venido nuevamente a hablar contigo
Porque una visión deslizándose suavemente, dejó sus semillas mientras yo dormía
Y la visión que fue plantada en mi cerebro, aún continúa.
Dentro del sonido del silencio.
Los aspersores de los jardines se activaron, diligentes y hechizados, iniciando la madrugada. El agua rociaba plantas, flores y coches estrellados en los jardines, cruzados con las pequeñas y graciosas verjas de madera que adornaban las cuadriculadas e idénticas calles. Estas pequeñas fuentes iniciaban una rutina que ya no existía, salvo para ellas, formando charcos que reflejaban un cielo oscuro que se había olvidado del hombre. Uno de estos charcos fue pisoteado repetidamente por cuatro siluetas.
Estos cuatro habían visto caer a la chica pelirroja y al juez en apenas segundos, sepultados por aquella avalancha rubia. Como moscas tragadas por una oleada de hormigas, ya no estaban y para el mundo era como si nunca hubiesen estado, porque el mundo ya no era nuestro, sino suyo. La evolución había tomado el camino más salvaje y nosotros, el hombre y la mujer, eramos ya una especie antigua y obsoleta. Un modelo desfasado que se resiste a desaparecer, teniéndonos por lo verdadero, por lo normal. Lástima que lo normal no lo marca la razón, sino las mayorías... y la que poseía el estúpido ejército que se lanzaba ahora sobre el río hasta taparlo con sus cuerpos y cruzar sobre sus propias compañeras era aplastante. No tenían miedo, ni piedad, solo sabían reír.
Se reían de nosotros.
En inquietos sueños yo caminaba solo, por angostas calles de guijarros
Bajo el halo de un farol, me levanté el cuello por el frío y la humedad
Cuando mis ojos fueron acuchillados por el destello de una luz de neón
Que agrietó la noche
Y tocó el sonido del silencio.
En las calles había pequeñas bicicletas infantiles esparcidas por el suelo, cerca de una de ellas una nube de periódicos bailaban al son del suave viento de la mañana como enormes insectos de papel que se perseguían unos a otros -libres- por las calles. De los vehículos incrustados como enormes dardos en las fachadas de las casas, uno resonaba feliz y iluminado: El camión de los helados con sus luces de neón aún resplandecientes y su helado derretido descolgándose por las puertas abiertas.
Las dos mulatas tiraban de los brazos de su obeso rey al que arrastraban sin sentido sobre su barriga, con sus piesecitos ondulando tras el a apenas unos metros de aquella plaga de zorras que ya se había llevado a tres de ellos. El soldado miro hacia atrás sin detener su carrera, ninguno de aquellos tres iban a conseguirlo. Morirían y el no sabría ni sus nombres, como nadie había sabido el de su amado. Muertes anónimas en un mundo que seguiría girando -igual de bello- aunque ellos no estuviesen. El soldado se detuvo y miró a aquellas chicas -Dejadlo- les ordenó, ellas no entendieron sus idioma pero si entendieron su intención y negaron con la cabeza. -Maldita sea- el soldado retrocedió hasta su posición y levantó de los pies al rey.
Morirían todos o ninguno.

            Aquel técnico de sonido de larga melena rubia y enormes y descomunales pechos observaba aquella maldita máquina con su música aburrida, sin saber que hacer para remediar aquella calamidad. La miraba con el ceño fruncido y empezó a hacer rabietas y aspavientos de rabia, hasta que con uno de ellos golpeó la máquina.
Y en la desnuda luz yo vi, a diez mil personas, o tal vez más
tttzzpppprrrqqqqq
I Know a girl who's tough but sweet
She's no fine, she can't be beat
She´s got everything that i desire
Sets the summer sons on fire
I want Candy!!
I Want Candy!!
Las rubias corrían como a cámara lenta, saltando y festejando, eran la felicidad en persona. Los aspersores las recibían con agua que empapaba sus ropas y sus melenas que revoloteaban salvajemente empapándose aún más entre ellas. Lloviendo sobre mojado, la feliz muerte rubia saltaba sobre las destrozadas verjas de los jardines retozándose por el barro donde los enanitos de porcelana las observaban con ojos desorbitados mientras aquellas lobas disfrutaban de la fiesta desmesurada que para ellas representaba su mera existencia.
Algunas de ellas se subían a las farolas, donde se ponían a bailar y a desnudarse como si fueran barras de streaptease provocando con sus cuerpos mojados cortocircuitos y no pocos incendios. Allá por donde pasaban todo lo destruían, como un ejercito de Atilas en estado de gracia demoledora.
I want Candy!!
I want Candy!!
Go to see her when the sun goes down
Ain't no finer girl in town
You're my girl, what the doctor ordered
So sweet, you make my mouth water.
Ooooooooohh!!!
I want Candy!!
I want Candy!!
La Blondi ex técnico de sonido saltaba y bailaba feliz su canción hasta que le propinó un enorme tetazo a la desdichada gramola.
I want Candy!!
I want Candy!!
tttzzpppprrrqqqqq
Gente conversando sin hablar,Gente oyendo sin escuchar,
Gente escribiendo canciones que nunca comparten las voces
Y nadie se atrevía, a romper,
el sonido del silencio.
El fuego le quemaba la cabeza cuando abrió los ojos y vio el cielo gris y de piedra, tan cerca de su cabeza que se la rozaba arrancándole jirones de piel. Observó la tierra y esta era una enorme montaña que rápidamente relacionó con su propia barriga. Más allá de esta vio una legión de blondis sembrando la destrucción que les seguían aún los pasos.
Irguió la cabeza hacia adelante. Vio pequeñas calles de lo que debía haber sido una apacible urbanización con ondeantes banderas que les saludaban desde lo alto de las casas. Desde multitud de direcciones hileras de humo se les ofrecían como fuegos fatuos. Escenas de caos se codeaban con lo que bien podrían haber sido apacibles madrugadas de domingo. El rojizo amanecer se fundía con la luz de los incendios, y ambas se apresuraban en matar la noche, que ya no podía considerarse tal.
Los despertadores empezaron a sonar desde las casas, una sinfín de sonidos, canciones y pitidos que juntos componían la sinfonía del fin. Como pequeños cachorros llamaban a sus dueños para que despertaran de su letargo, sus pequeños engranajes no entendían que estaban solos, aullando a la nada, llamando a sombras que ya no existían. Todo se había venido abajo pero nadie les había avisado, así que ellos no sabían que debían callar. Y morirían de soledad, llamarían a sus dueños hasta que sus pequeños y alcalinos corazones de metal quedaran secos. Darían todo lo que tenían, como aquellas cuatro figuras que acababan de girar una esquina para encontrar un autobús en llamas cruzado en la calle. Habían encontrado el fin de su camino, y allí pelearían hasta la muerte
Y la gente se inclinó y rezó, al Dios de Neón que había construido.
Y el letrero de Neón dio su aviso,con la palabras que estaba formado
Y el letrero decía:
I want Candy!!
I want Candy!!
La legión de cabellos dorados danzaba enloquecida con su propio caos inundando las calles, como si fuera una escena de un musical ideado por un demente. Ante aquella orgía de destrucción y alegría las rubias eran recibidas por algarabía y regocijo por sus congéneres rubias que se unían a la fiesta saltando desde los balcones o atravesando ventanas. Si su vida de por sí era una fiesta, aún más felices estaban viendo a aquellas cuatro suculentas víctimas que, si se pusieran a dividir las pocas víctimas entre las muchas cazadoras verían que a no más de un pixel por cabeza les tocaba. Pero eso poco les importaba, el mundo visto desde sus azulados ojos era bello y cada paso una nueva aventura.
I want Blondi!!
I want Blondi!!
Ellas son la vecina del quinto, el abogado cincuentón, el viejo abad y el jovenzuelo que repartía los periódicos.
Ellas son el bebe de la vecina del quinto, la secretaria del abogado cincuentón, el monaguillo del viejo abad y la jefa del repartidor del periódicos.
Visten trajes y vestidos que les son ajenos, demasiado grandes o demasiado pequeños. Legados por sus víctimas que pocas veces comparten sus medidas, su altura o su sexo. Y muchas menos las tres cosas.
Blondi on the beach, there’s nothing better
But I like blondi when its trapped in a sweater
Someday soon, I´ll make you win
Then I’ll have blondi all the time.
Ooooohhhh!!
I want Blondi!!
I want Blondi!!
Ellas se lanzaban de cabeza a través de las lunas de cristal de algunas casas, como si las creyesen piscinas. Se subían a los coches intentando ponerlos en marcha, sin conseguirlo casi nunca, salvo que el vehículo estuviese bien cargado de combustible y apuntara hacia algo fácilmente inflamable o altamente explosivo. Si algo podían hacer de mal, sin duda lo harían. Baal y Murphy estaban de su lado.
Así que de esta guisa sucedían explosiones a su paso, en una de estas apareció una blondi volando sentada sobre uno de los pequeños buzones amarillos que hacían de boca de agua en las calles. Como no, fue a estrellarse contra una caseta eléctrica que estalló en millones de chispas dejando a oscuras la urbanización.
Delante de ellas vieron que sus cuatro caramelos con patas giraban por un cruce.
I want Blondi!!
I want Blondi!!
tttzzpppprrrqqqqq
Estaban ya todos preparados para la muerte. Las dos gemelas con sus machetes, King Sudáfrica y el soldado con las manos desnudas -Me llamo Tom- dijo el soldado sin dejar de mirar el cruce por el que iba a llegarles la muerte. -Yo soy King Sudáfrica- respondió él mismo, como si hubiese manera de que alguien no supiese quien era -Y ellas son Baby & Lonia, las hermanas Vudú-. Los cuatro se miraron por un instante, sudados, tan cansados que su corazón hablaba por ellos. Y entonces llegaron ellas.
Y pasaron de largo.
Las palabras del profeta están escritas en los subterráneos
Y en los zaguanes de las viviendas.
Y susurradas
en el sonido del silencio.
Los cuatro se quedaron de piedra, sin saber que había ocurrido, -Meteos en la primera casa que encontréis- les dijo apresuradamente el soldado mientras corría hacia la esquina por la que acababan de pasar las blondis para saber que había ocurrido.
Y allí estaban todas, reunidas frente a un enorme edificio de cristal, gritando histéricas y riendo bajo el enorme letrero verde que rezaba: REBAJAS.

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